Noche de verano en Rosario. El calor y la humedad comienzan a hacerse insoportables y mi humor no es el mejor. Un coctel perfecto para salir de casa en busca de una brisa proveniente del Paraná. No pretendo mucho, solo quiero sentarme en el playón del Parque España, tomar algo frío y dejar que el viento me pegue en el rostro.

Me subo a mi auto y en diez minutos me encuentro esperando en el inevitable semáforo que está en la bajada de Avenida del Huerto. Mientras estoy detenido, percibo una sensación algo incómoda e instantáneamente sé de qué se trata. Busco con la vista personas paradas junto a los autos y antes de arrancar procuro apagar las luces. Veo un espacio para estacionar donde parece que nadie vendrá a molestarme y meto rápidamente mi coche. Me bajo algo apurado y cuando estoy girando la llave para cerrar la puerta escucho la célebre frase: “¿Te lo cuido, amigo?”. En ese instante se desata una batalla dentro mío. Tengo dos opciones. Puedo discutir y dar rienda suelta a la infinita cantidad de argumentos que tengo a mi favor para no acercar la mano a mis bolsillos o, simplemente, preguntar cuanto me va a costar la jugada. Me inclino impotentemente por la segunda y abono resignado la tarifa.

Minutos después me siento junto al río y con algo de bronca pienso en las razones por las cuales terminé accediendo al pago. Me molesta pensar que tiré mi dinero o que se lo regalé a alguien que no está haciendo una actividad productiva. Pero si no lo hubiese hecho quizás no encuentre mi auto en las mismas condiciones. Si de todas maneras puedo verlo desde aquí mismo. Entonces, ¿por qué le doy plata a alguien que dice que cuidará mi auto cuando sé que no es cierto o cuando yo mismo puedo observarlo? Al final buscaba relajarme y terminé peor que antes.

Parque de España

Hasta aquí este relato bien podría haber sido una experiencia común para el ciudadano promedio en nuestra ciudad. Estacionar, pagar indignado y olvidarse, parece ser el mecanismo recurrente en estos casos. Pero decidí que eso no iba a quedar así y quise hacer algo diferente. Me paré y caminé con paso firme hacia este individuo que coincidimos en llamar trapito. Una vez a su lado respiré hondamente y le consulté si podíamos hablar un momento. El muchacho dio media vuelta y mirándome con suplica preguntó si era por algún trabajo. Segundos tardaron en derrumbarse mis prejuicios y la maraña de pensamientos en contra de lo que esta persona, y muchas otras, hacían. La respuesta me tomó totalmente por sorpresa, pero mayor fue mi asombro cuando Juan —cambiamos su nombre para proteger su identidad— me comentó desvergonzadamente su situación. Hacía medio año buscaba trabajo sin poder conseguirlo y tenía un bebé en camino. Me señaló a su mujer embarazada de tres meses, sentada en un banco algunos metros detrás de él. Mantuvimos la conversación por un buen rato y hasta intercambiamos teléfonos en el caso de que pudiese conseguirle un empleo. Lo despedí con un apretón de manos y me alejé con muchos interrogantes en mi cabeza.

El nacimiento de los trapitos

Mi encuentro con esta persona transformó mi perspectiva con respecto a quienes realizan esta actividad. Sin embargo, conservo la indignación de no poder dejar mi automóvil con tranquilidad en un espacio público. Ya sea por tener que desembolsar dinero cada vez que lo hago o por la violencia implícita que hay en esta práctica. Aunque todo esto nos moleste no hay porque hacer la mirada hacia otra parte en cuanto a la verdadera razón de la existencia de los cuidacoches.

El trapito como tal nació a fines de la década del noventa en las mayores urbes de la Argentina, la crisis de 2001 y la falta de trabajo formal impulsaron esta actividad no regulada a muchos rincones de nuestro país. Rosario no fue la excepción y hoy nuestras calles también se encuentran plagadas por personas realizando esta labor. Es cierto que seguramente nadie ha elegido encontrarse en esa situación pero las condiciones económicas en los últimos tiempos han llevado al ciudadano a desarrollar las más variadas formar de procurarse un plato de comida. La actividad del cuidacoche nace de la misma esencia del gen argentino, acostumbrado a las vicisitudes de una nación inestable en muchos sentidos. No obstante, no es correcto legitimar las acciones que se desprenden, hoy en día, de la gran mayoría de las personas que se dedican a cuidar autos.

No tengo trabajo, nadie me ayuda. Ésta es la única opción que tengo para darle de comer a mis hijos.

Esta actividad ha evolucionado, mutado y agravado gracias a la violencia. Que a su vez es producto de la connivencia de las autoridades, el permiso social y la ausencia de un cuerpo de leyes apropiado. Es la comunidad en conjunto quien permite el desarrollo y progreso de una ocupación que no debería existir como tal. Ya que si se custodian vehículos es porque no está totalmente consolidada la seguridad. Más allá de que alguien vaya o no a sustraer, dañar o apropiarse ilícitamente de algún bien que optemos por dejar transitoriamente en la vía publica, la decisión de hacerlo es propia. Por lo tanto, no todas las personas acceden amablemente a dejar una propina o pagar por el servicio de que le cuiden su automóvil. Este era uno de los puntos débiles de ser trapito y lo que reforzó el uso de la extorsión, coerción y amenazas que son, en conjunto, una descripción sintética de la actualidad en las calles.

Zonas, tarifas y horarios de los trapitos

Al igual que en el resto de la Argentina, en Rosario los trapitos se manejan en las zonas de mayor concurrencia: boliches, centros culturales, estadios, etc. Pero cada lugar tiene su costo y en el mismo influyen varios factores, desde la zona en que se estaciona, pasando por el modelo del automóvil hasta el género de quien maneja.

Juan, el cuidacoches con quien mantuve aquella conversación, me cobró $30 en la zona del Parque España. Una tarifa estándar, recordando que allí funciona una discoteca y que, además, es un espacio público inmenso. Por lo que pude observar él no era el único en el área, pero estaba en custodia de unos 40 autos. Considerando que los mismos pueden rotar, supongamos, tres veces por noche y haciendo algunas cuentas, ésta persona puede estar llevándose más de $3000 pesos en una buena jornada. A mayor escala, las cantidades de dinero que mueve este negocio son realmente insólitas. No sorprende que ante tal lucro haya sujetos que quieran monopolizar la actividad y llevarse una mayor tajada. Es el caso de la zona norte, por Avenida Eudoro Carrasco, en la costa de nuestro querido río y en donde hay una gran concentración de bares, discotecas y restaurantes. Aquí se visualiza un verdadero caso de organización en la práctica ya que familias enteras se dedican a la misma durante los fines de semana. Los padres, generalmente, se quedan en las zonas calientes, es decir donde está la mayor afluencia de gente y donde es más cómodo dejar el auto. En cambio, los hijos, según la edad, se ubican en cuadras aledañas y cobran a las personas que quizás buscan escapar a la imposición de estos “honorarios”.

3 de Febrero y Oroño

También es frecuente encontrar previa disposición en eventos masivos, como partidos de Newell’s o Central, o bien algún espectáculo, concierto o recital. En estos acontecimientos esporádicos las cifras suelen ser muchísimo más elevadas llegando, por ejemplo, a cobrarse hasta $200 por dejar el auto cerca del ingreso al Anfiteatro Municipal. Si bien los montos bajan conforme uno se aleja del lugar en cuestión, siempre se mantienen precios proporcionales ya que la suma debe ser repartida en porcentajes. En el caso del fútbol, el dinero que deja el estacionamiento se ha constituido progresivamente como un ingreso fijo a los barrabravas. Todos estamos al tanto de la cantidad de personas que dejan sus vehículos por Avenida Avellaneda o por las inmediaciones del Parque de la Independencia.

Yo estudio, voy a la escuela y me va bien. Mi papá me mando a ésta cuadra, él cuida abajo con mi mamá.

Más enfado causa, además, encontrar personas que exijan dinero, así sea a colaboración, en sectores de estacionamiento medido. Puede comprobarse esto, fácilmente, caminando por calle Cochabamba o la misma Avenida Pellegrini en cualquier momento del día. Existe, asimismo, la opción de que a uno le laven el auto por algunas monedas más. Y por sí no se encuentra satisfecho con el lavado, tenemos disponible la prepotente limpieza de cristales en cualquier rotonda o esquina de nuestra ciudad. Un tema de similares características que hace rato viene esquivando a la ley.

Semáforo de Pellegrini y Oroño

¿Por qué todavía hay trapitos?

Bueno, la respuesta más simple a esta pregunta quizás sea “porque pueden”. Mas no estamos buscando sólo una respuesta si no una solución a este gran inconveniente que se le ha escapado de las manos a más de un gobierno. La tarea de cuidar coches en la vía pública si bien no parece a simple vista una actividad legal, tampoco es lo contrario. La verdad es que al día de hoy aún no está contemplada por la ley. El único antecedente en la Argentina que trata parcialmente sobre ésta cuestión se encuentra a partir de junio de 1999 en el Código Contravencional de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Código Contravencional de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Capítulo II – Uso del espacio público y privado

Artículo 79 – Cuidar coches sin autorización legal. Quien exige retribución por el estacionamiento o cuidado de vehículos en la vía pública sin autorización legal, es sancionado/a con uno (1) a dos (2) días de trabajo de utilidad pública o multa de doscientos ($ 200) a cuatrocientos ($ 400) pesos.
Cuando exista previa organización, la sanción se eleva al doble para el organizador.

Sin embargo, el Artículo 79 deja algunos baches, ya que se castigaría a quienes exigen dinero pero no a quienes reciben una contribución voluntaria. En nuestra ciudad el Código de Faltas no considera ninguna de estas cuestiones.

Es cierto, también, que existen dos grupos mayoritarios que son los que siembran el debate más ávido en esta materia: quienes piensan que se les debería dar la oportunidad de que continúen trabajando pero de manera formal, y quienes sostienen que deberían ser eliminados. Un elemento adicional para dilatar la resolución del asunto. Más allá del gran debate entre si la actividad debería regularizarse o erradicarse, se debe distinguir a un simple cuidacoches de un delincuente. Es que usualmente ciertas personas incurren en actos extorsivos o amenazan para conseguir que el conductor les pague. Y eso pasa a ser, lisa y llanamente, un delito. Aquí es donde sale a relucir la inacción de las autoridades competentes que podrían interceder más veces de las que realmente las hacen. Pero, una vez más, quien comete un acto ilícito está avalado porque rara vez se encontrarán testigos o pruebas de los hechos coercitivos para poder apresarlo.

La policía no nos molesta, podemos trabajar tranquilos.

Pellegrini y Colón

Luego de la cantidad de proyectos de ley presentados en el país (algunos declarados anticonstitucionales) y en la ciudad, parece ser que aún no podemos ponernos de acuerdo y la respuesta al interrogante cada vez se encuentra más lejos. Nuestro país vecino, Uruguay, parece haber establecido algo de orden fichando a cada cuidacoches, entregándole un carnet y habilitándolo a trabajar sólo a voluntad. Mientras tanto en Buenos Aires, desde 2010, busca imponerse la ley “anti-trapitos” con resultados negativos.

En Rosario, hay más de una decena de proyectos relacionados con trapitos. Algunos, como el del radical Jorge Boasso, proponen crear un registro e identificar a cada una de las personas dedicadas a custodiar autos. Otras iniciativas apuntan a prohibir totalmente la práctica, como la del concejal de Unión PRO Roy López Molina. Una de las últimas propuestas ha sido establecer tarifas fijas en lugares seleccionados, habilitando a muchas personas a trabajar, eliminando la extorsión y destinando lo recaudado a instituciones sin fines de lucro. Esta última destacada por el titular de la Secretaría de Control y Convivencia del Municipio, Pablo Seghezzo. De todas maneras, no tenemos aproximaciones sobre el desenlace de esta historia y, hoy por hoy, el dueño de las calles sigue siendo el trapito.

¿Qué hacer en caso de amenaza?

El año pasado en Rosario se radicaron más de 200 denuncias por abusos de cuidacoches. En el caso de verse involucrado en una situación de este tipo el Municipio recomienda comunicarse al 911 o al 0800-444-0909. Éste último es el número de la Guardia Urbana Municipal (GUM) que acudirá en casos de extorsión o violencia.

Además, existen numerosos grupos activos en las redes sociales para denunciar maltratos por parte de los trapitos e incluso alertar sobre la presencia de los mismos en diferentes zonas.

Dentro del extenso diálogo que mantuve con Juan, él me manifestó su conocimiento sobre la organización mafiosa existente en la ciudad. Cuando le pregunté si se encontraba involucrado lo negó pero reconoció que lo habían instado a participar en más de una oportunidad. Fue en ese momento que agregó otro ingrediente a este complejo debate: las diferencias entre los trapitos que lo son porque no tienen otra alternativa para vivir y los que buscan vivir de trapitos. Según Juan, el segundo grupo hace ver mal al primero que, de poder elegir, no se encontraría en las calles y aceptaría cualquier trabajo si se lo dieran. Sus palabras dejan en claro las intenciones de un gran grupo que aprovecha un clima de incertidumbre y destapan la triste realidad subyacente.

La mafia existe, pero algunos preferimos mantenernos al margen.

Analizando todas las aristas de este problema y tomando en cuenta las numerosas discrepancias en la opinión de la gente, es acertado decir que cualquier decisión política cosechará objeciones y críticas. Sin embargo, no es posible asirse de esta afirmación como excusa para no tomar una determinación. La pregunta es quien se animará.